Es válido, haber adversado o adversar al MIR chileno y sus propuestas de lucha en las décadas de los 60 y los 70 del siglo pasado, pero hay que tener altura de miras para reconocer la innegable valía moral y ética de Miguel Enríquez. Solo su consecuencia revolucionaria le hizo quedarse en Chile tras la instauración de la dictadura, para asumir un papel en la dirección de las fuerzas de la resistencia. No se puede separar la actitud del MIR de la de su Secretario General.
Miguel Enríquez fue la figura más visible de una pléyade de dirigentes que configuraron una etapa de la lucha política muy compleja en la que hubo que transitar desde el reformismo social cristiano soportado por la Alianza para el Progreso, a los días luminosos del gobierno del presidente Allende y de ahí, a la dictadura criminal de Pinochet, también sostenida política, militar y económicamente por Estados Unidos y el armazón político que le proporcionó la derecha fascista y demócrata cristiana al hacer una férrea y desleal oposición a Salvador Allende.
Recordar a Miguel Enríquez es un acto de justicia, es una responsabilidad con la memoria que debe acompañar la lucha de los pueblos, es reafirmar que tras una etapa viene otra en la que se ratifica el compromiso en la búsqueda de un mundo mejor, es tener la seguridad de que su ausencia física no impide compartir con alegría la grandeza de un hombre que solo vivió 30 años, pero que estará presente de manera imperecedera en la lucha y la victoria de Chile y de América Latina.